martes, julio 29

Tangueando

MEMORIAS DEL FUEGO II - Eduardo Galeano El tango, hijo tristón de la alegre milonga, ha nacido en los corrales suburbanos y en los patios de los conventillos. En las dos orillas del Plata, es música de mala fama. La bailan sobre piso de tierra, obreros y malevos, hombres de martillo o cuchillo, macho con macho si la mujer no es capaz de seguir el paso muy entrador y quebrado o si le resulta cosa de putas el abrazo tan cuerpo a cuerpo; la pareja se desliza, se hamaca, se desespereza y se florea en cortes y filigranas. El tango viene de las tonadas gauchas de tierra adentro y viene de la mar, de los cantares marineros. Viene de los esclavos del áfrica y de los gitanos de Andalucía. De España trajo la guitarra, de Alemania el bandoneón y de Italia la mandolina. El cochero del tranvía de caballo le dió su corneta de guampa y el obrero inmigrante su armónica, compañera de soledades. Con paso demorón, el tango atravisó cuarteles y bodegones, picaderos de circos ambulantes y patios de prostíbulos de arrabal. Ahora los organitos lo pasean por las calles de las orillas de Buenos Aires y de Montevideo, rumbo al centro y los barcos se lo llevan a loquear a París.

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