martes, marzo 1

Cada tanto se concede a los poetas-pescadores

el arrebato de una palabra luminosa,

arrullada por sirenas juguetonas,

cobijada por dorados mensajeros.

Una palabra que, por entregarse a ser terrena,

comenzará a ser mortal, tremenda, ambigua y fascinante. SNM

Amanece. Sin embargo, nada comienza. Amanecerá, tal vez, cuando algo salga a la luz.

El sol de la mañana sobre el río es poca cosa comparado con aquello que espero hace ya demasiado. Quizá la playa, con claras marcas de mareas nocturnas, sea la imagen más fehaciente de este tiempo mío de mudeces, de sequías.

Una vez más, aquí, con mi mochila y mi caña. Comienza a entibiar el sol, cierro los ojos y siento pasar el río.

Allí, sé que están allí todas, sirenas del río, mis hermanas. Y dudo, también, por si acaso el ritual presagie un nuevo fracaso. Pero me empecino cada jueves en que esta vez sí, ha de aparecer y será el comienzo. Siento sus risas, sus coletazos, sus juegos de niñas perennes.

Allí no existe el peso, ni la gravedad, ni el sonido, ni la luz. Sin embargo todo es movimiento, color, tibieza, fluidez.

Allí estás, y ahí te busco, porque te deseo nacida de ese mundo, quizá mi mundo en otra vida. Mis amigas te buscan para mí, son mis aliadas, pero pucha!, ellas no conocen el tiempo. Lo que para mí es desafío para ellas es apenas juego.

Abro la mochila y comienzo a preparar la caña. Pongo la mente en blanco, conozco de memoria este preludio meticuloso, lento, que a la vez me genera ansiedad por entrar de lleno al juego.

Ah Clarice! si hasta parece que fueras parte de esta cita de los jueves y estuvieras aquí a mi lado recordándome aquello de que escribir es el modo de quien tiene la palabra como cebo: la palabra pescando lo que no es palabra. Pero ¿cómo arrebatar al menos una palabra a quienes dan todo por sobreentendido?

Imagino tu respuesta: Paciencia! Cuando el ritual deje de ser un deber y comience a ser un juego, ellas comenzaran a desear también el oficio de jugar con las palabras, oficio y juego de seres terrenales, tan carnales, tan vocales, Distraídamente las verás un día haciéndose “nosotras” sin percatarse de ser “ellas”, mi querida niña!

La mirada se me pierde en la inmensidad. Pero siempre hallo un punto en el cual arrojo la línea y allí clavo mi intuición. La inmensidad me funde y comenzamos a ser una misma sustancia. Se detiene el tiempo, no hay espera, tan solo un estado.

Ahí viene… siento un leve temblor presagiando un extasis… siento la línea de la caña moverse, comenzando a dar señales.

Ahí viene, la presiento… De pronto todos mis sentidos se despiertan. La mano en el reel, los pies plantados en la arena, el pecho abierto, este jueves sí voy a arrebatarte de la inmensidad, de la oscuridad, de la sensación pura y voy a poder pronunciarte.

Sí, ahí estas, cada vez más cercana. Hoy elegiste mi carnada, o mejor dicho mi carne! Lamiste mi anhelo, mordiste mi deseo, saboreaste esta necesidad íntima, tan largamente contenida. Estoy alerta pero débil ante la expectativa del asombro. Me siento tan débil como esta caña que se arquea hasta el extremo. Luchamos… Si no fuera jueves aflojaría y me dejaría llevar por vos. Forcejeamos, tensamos la línea que por momentos nos acerca y por momentos nos da tregua. Tu fuerza es inmensa y ambas sabemos que debemos sobrevivir, si no, para qué el juego. Pero una de las dos hoy ha de hacer alguna concesión.

Cuando asomes a la luz, sabré tu nombre, te besaré y te dejaré ir. El secreto de tu nombre se devela en mí cuando te me ofreces triunfalmente concesiva. Sé que no hay mérito alguno en mí, porque las cosas ocurren tan solo cuando tú lo deseas. Y mi gozo consiste en ser hoy la elegida de tu antojadizo deseo. Nunca más volveremos a vernos pero ambas sabremos que este jueves ha acontecido un milagro.

Aquí estás! Te trajo un dorado, un tigre de los ríos! El está intacto y colea presuroso. Abre sus fauces boqueantes y exhala el misterio prometido. Estamos en paz!

Cada tanto se concede a los poetas-pescadores el arrebato de una palabra luminosa, arrullada por sirenas juguetonas, cobijada por dorados mensajeros. Una palabra que, por entregarse a ser terrena, comenzará a ser mortal, tremenda, ambigua y fascinante.

Y así será hasta que depongamos la empecinada locura de ponerle nombre a las cosas. Así será hasta que soltemos las cañas de nuestros caprichosos rituales y nos dejemos llevar por las corrientes, haciéndonos fluidez, puro juego. Quizá sea cuando los jueves comiencen a ser eternos, tiempo sin nombre, días de fiesta. Y nuestro deseo consista en ser sobrevivientes libertos de cualquier palabra.

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