domingo, julio 8

LA MUÑECA DE PORCELANA Siempre me gustaron los espejos. Son como ventanas mágicas que nos abren un mundo de visiones nuevas. Estaba admirando el marco de uno de ellos en una casa de antigüedades cuando en el cristal entraron en escena unas manos que admiraban una pequeña escultura de porcelana De pronto recordé aquellas muñecas de LLadró que se exponen en un museo de Valencia de las que siempre nos hablaba nuestro abuelo. Recuerdo que en su álbum había muchas fotos tomadas a una sola muñeca que el solía decir con devoción que era la replica viva de una novia de su juventud a la vez que con tristeza recordaba que no había tenido el dinero para comprarla. Así terminaba siempre su pequeña anécdota de la muñeca de la foto. Las manos que yo estaba viendo en el espejo decían la misma devoción acariciando cada una de las formas de aquella muñeca de porcelana. Esta era una dama desnuda sentada con chal, que de piernas cruzadas y erguido el torso, dirigía su mirada hacia el costado en una pose de aire flamenco. La misma se distinguía de otras por ser más oscura, su mirada era serena pero altiva a la vez. Sus manos se unían apoyadas sobre la cadera del lado hacia donde dirigía su mirada. Por sobre el hombro, el mentón delineaba su cuello que contagiaba serenidad y elegancia. La belleza de la figura no estaba tanto en la desnudez sino en la expresión de cada parte de su cuerpo y en la armonía del conjunto. Me quedé observando fijamente esas manos, adivinando los diálogos y las nostalgias que se despertaban en cada movimiento. Eran unas manos de varón, de piel clara y aspecto delicado. La forma con que esas manos tocaban a la mujer parecía darle vida. El la miraba a los ojos, pero ella siempre miraba más allá. . El tocaba sus hombros, pero ella nunca volvía su rostro. El rozaba sus pies con la punta de los dedos, pero ella nunca descubría el tobillo que quedaba bajo el chal. La escena era tremenda y fascinante. Calculo que el señor trataba de recordar cuántos billetes tendría en el bolsillo dudando si eran suficientes para comprar a la novia de su juventud, que tanto lo había estado esperando. De pronto una voz dijo “Disculpe, pero esa muñeca no está a la venta”. Las manos se aflojaron y hasta palidecieron. Temblaron. Gimieron. Se había roto el encanto. La figura de la mujer recobró lentamente la rigidez. La pequeña boca parecía cerrarse con más fuerza y el cabello se torno de un color opaco. La muñeca pálida, volvió a su lugar en la vitrina. Las manos se hundieron lentamente en los bolsillos del saco. Y se escucharon unos pasos firmes caminando hacia la puerta. (by Iphigenia)

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